Te imaginas el día que muera Fidel…?», me dijo Tomás una tarde de diciembre, en un tono de profunda angustia. Fue a fines del 2001, cuando yo estaba embarazada de unos 7 meses de Lucía. Recuerdo que luego de poner en palabras aquella sentida preocupación, ambos nos sentamos en silencio al pie de nuestra escalera. Nos gustaba en ocasiones apoderarnos de algunos rincones de la casa para discurrir sobre temas que nos inquietaban.
— “No sé Tomás…., imagino que será un día muy triste”, le dije en un tono muy suave.
—No Irina…, será mucho más que eso. Cuando el Fifo muera toda Cuba saldrá a llorarlo a las calles. De sólo imaginarlo me resulta casi insoportable.
— “Para el resto del mundo también será un momento muy triste…”, añadí queriendo ser parte de aquel sentimiento.
—Sí, pero para los cubanos imagínate cuánto! Fidel ha sido como una especie de padre para todos nosotros. Para quienes lo aman y hasta para quienes dicen odiarlo.
Luego de unos segundos, Tomás se mordió el labio inferior de su boca, levantando en un extremo sus espesas cejas y se le humedecieron los ojos.
Lo acompañé con la mirada, intentando dimensionar todo lo que para él significaba Fidel, sumado a la enorme nostalgia que sentía por vivir hacía casi un año fuera de Cuba.
(…)
Recordé entonces la primera vez que tuve el privilegio de escuchar y ver a Fidel bastante cerca. Fue en el Parque Céspedes, de Santiago de Cuba, el 1ro. de enero de 1999, pronunciando su discurso en el acto central por el 40 aniversario del triunfo de la Revolución. Entre los invitados de honor estaba allí su gran amigo Gabriel García Márquez. Era también mi primer viaje a la isla y siento ahora que cada acontecimiento que me regalaba Cuba en esos días yo los vivía como hechos extraordinarios. Santiago de Cuba es la cuna donde se gestó la revolución, allí el mítico asalto al cuartel de Moncada, el Movimiento 26 de Julio, el legado del maestro y líder estudiantil asesinado Frank País y una historia tan cercana de héroes cubanos, que cada familia es capaz de enriquecerla con alguna anécdota personal y transmitirla de boca en boca. Aquel caluroso 1 de enero, como casi todos los santiagueros, junto al grupo de amigos argentinos que recorríamos por primera vez el interior de la isla, llegamos al Parque Céspedes caminando. Me llamó la atención la enorme organización del pueblo y la seguridad ciudadana sin ningún tipo de armas, protagonizada principalmente por los jóvenes de la isla. También, cómo cada cubano cargaba con una banquito o silleta hacia la plaza principal de Santiago para poder escuchar a Fidel sentado. “Tú sabes chica, nunca se sabe cuánto puede hablar Fidel en un acto” me comentó un mulato de unos 65 años. Eran cientos de familias colmando aquella plaza colonial, así como miles de televisores encendidos sintonizando la trasmisión en vivo de aquel acto. Con su típica gorra de visera y su traje verde olivo, aquella noche el Comandante se adelantaba en el tiempo y un su discurso expresaba algunas de sus preocupaciones de índole global. “Algunos en sus angustias, incertidumbres y dudas, buscan alternativas eclécticas” decía Fidel, con su inconfundible estilo de oratoria. “El mundo, sin embargo, no tiene otra alternativa a la globalización neoliberal, deshumanizada, moral y socialmente indefendible, ecológica y económicamente insostenible, que una distribución justa de las riquezas que los seres humanos sean capaces de crear con sus manos laboriosas y fecunda inteligencia. Cese la tiranía de un orden que impone principios ciegos, anárquicos y caóticos, que conduce a la especie humana hacia el abismo. Sálvese la naturaleza. Presérvense las identidades nacionales. Protéjanse las culturas de cada país. Que prevalezcan la igualdad, la fraternidad y con ellas la verdadera libertad. No pueden continuar creciendo las insondables diferencias entre ricos y pobres dentro de cada país y entre los países. Deben, por el contrario, disminuir progresivamente hasta cesar algún día. Que sea el mérito, la capacidad, el espíritu creador y lo que el hombre realmente aporte al bienestar de la humanidad; no el robo, la especulación o la explotación de los más débiles lo que determine el límite de las diferencias. Practíquese verdaderamente el humanismo, con hechos y no con hipócritas consignas”.
Para muchos cubanos fue un discurso un tanto breve, porque no había superado los 50 minutos. Otros se quejaban de que Fidel no había hecho ninguna alusión directa a la escases de comida o medicamentos, como tampoco había adelantado alguna medida concreta que pudiera aligerar la lenta salida a la crisis económica que por aquellos años sometía a Cuba a mil contradicciones y que con algo de eufemismo, ellos mismos habían denominado como “período especial”.
Sin embargo Fidel, prefirió alumbrarnos un poco más allá de aquel presente, advirtiéndonos sobre la necesidad de hacer frente a un mundo cada vez más complejo, plagado de injusticias y desigualdades, que hoy es posible comprender sin ser ningún especialista.
(…)
La segunda vez tuve la oportunidad de verlo personalmente, también fue en Cuba.
Pero en esa ocasión fue durante los festejos del 1 de Mayo del año 2000, en la plaza de la Revolución de La Habana, rodeada de casi un millón de personas. Era el año donde Fidel, y Cuba toda, libraban la batall
a por el regreso a su patria de Elián González, el niño cubano de 6 años que
había sido secuestrado por parte de su familia materna de manera arbitraria en los Estados Unidos y que luego de meses de una disputa legal con ribetes internacionales, lograría regresar con su padre a Cuba, el 28 de junio de aquel mismo año.
De manera paralela, en lo personal, era también el año donde junto a Tomás, tras vencer las barreras de la distancia y un sinnúmero obstáculos y vaticinios en nuestra contra, decidíamos unir nuestras vidas eligiendo La Habana como el escenario más romántico para vivir quizás los tramos más significativos de nuestra historia. Nos sentíamos tan enamorados, tan ensimismados ante el vértigo de nuestros propios desafíos, que el contexto histórico de aquellos años casi casi, pasaba a un segundo plano.
— “Nené, nos encontremos más tarde en la Plaza de la Revolución”, me dijo Tomás ese 1 de Mayo del 2000, a las 6 de la mañana, antes de partir rumbo a la redacción de Bohemia para reunirse allí con sus colegas de fotografía y cubrir el acto. “Tú puedes ir más tarde con Hermina” me precisó antes de despedirse. “Vas a vivir tu primer 1º de Mayo en Cuba y estoy seguro de que te va a gustar”.
Juro que me resulta imposible borrar de mi memoria la entusiasta participación de aquel pueblo inmenso en ese Día del Trabajador. Los cientos de rostros alegres, de múltiples generaciones, flameando miles de banderas cubanas, rindiendo culto no sólo a su líder, sino a la dignidad de una revolución genuina que, pese a haber sufrido un sinfín dificultades, externas y propias, ha sido capaz mantener en el tiempo sus principales logros.
En aquella jornada Fidel señalaba: “Estamos viviendo días de intensa y trascendental lucha. Cinco meses llevamos batallando sin tregua. Millones de compatriotas, todos casi sin excepción, han participado en ella. Nuestras armas han sido la conciencia y las ideas que ha sembrado la Revolución a lo largo de más de cuatro décadas.”
Y en ese mismo discurso Fidel aportaba un nuevo sentido a la palabra Revolución, justo en los albores de lo que hoy llamamos el siglo XXI: “Revolución es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado; es igualdad y libertad plenas; es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos; es emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos; es desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional; es defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio; es modestia, desinterés, altruismo, solidaridad y heroísmo; es luchar con audacia, inteligencia y realismo; es no mentir jamás ni violar principios éticos; es convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas. Revolución es unidad, es independencia, es luchar por nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo, que es la base de nuestro patriotismo, nuestro socialismo y nuestro internacionalismo.»
Con Tomás pudimos ver y escuchar juntos una vez más a Fidel Castro. Fue en julio de 2006, en los predios de la Universidad Nacional de Córdoba, durante su última visita a la Argentina, en compañía de Hugo Chávez. Una noche donde sólo el cariño de miles de asistentes, profesado hacia ambos líderes, pudieron atemperar un poco el crudo frío que signó aquel encuentro. Fidel cerró ese acto con un discurso dialogado que se extendió más de una hora y media. En el final, y en relación a la unidad de la región, Fidel alentaba con vehemencia: “Apoyémonos en un punto fuerte y sólido y moverán este continente. Al mover este continente, moverán al mundo”.
Para esa ocasión Tomás publicó en La Voz del Interior un retrato hablado sobre el Comandante que aún sigue siendo una joya literaria, bajo el título de Retrato Breve de Fidel, que más tarde fue replicado en un portal de Cuba. Tampoco fue casualidad que el último post de su blog Rabia y Ternura, con fina ironía se lo haya dedicado al Fifo, bajo el título: No es un virus es Fidel
Por estos días en La Habana, celebro con asombro que Cuba y EE.UU mantengan las primeras reuniones en la que abordarán la puesta en marcha de una serie de acuerdos migratorios y acciones para enfrentar, de manera conjunta, la emigración ilegal y el tráfico de inmigrantes, entre otros temas que, al parecer, dan cuentan de los primeros signos para desandar lo que muchos esperamos sea el fin del bloqueo, sumado al cese de una política de hostigamiento que EE.UU le ha impuesto a la isla lo largo de más de medio siglo.
En tardes como hoy, donde el país y el mundo se encuentran tan convulsionados, donde la vida y la muerte giran al compás de intereses espurios, y se miden al amparo de una extrema manipulación mediática, valoro la presencia viva de un estadista de la talla de Fidel. Su experiencia, su coraje, su sabiduría siguen siendo una referencia obligada, una especie de faro que ilumina nuestra época.
Imaginar el día que Fidel abandone sus desvelos por los destinos de nuestra América me deja literalmente sin palabras. Quizás, mordiéndome el labio inferior de mi boca, levantando en extremo las cejas y con cientos de lágrimas empañando mis ojos.
Córdoba, 21 de enero de 2015.