Cuándo comenzamos a ponerle límites a nuestra imaginación?
¿Cuándo dejamos de soñar y decidimos conformarnos?
¿En qué momento dejamos de jugar para ponernos serios?

Guadita es la hija más pequeña de mi hermano Pablo. Me sale decirle así, no sólo porque tiene apenas 3 años, sino porque me doy cuenta que recurro a los diminutivos con casi todas las personas que amo.  De todos mis sobrinos, es la única de ojos claros, a veces celestes, otras de tonalidades verdes, de acuerdo a cómo se proyecte la luz en ellos. Pero lo más luminoso que posee, además de su sonrisa, es su carácter firme, seguro e independiente. Me extiende su manito y me invita a jugar dentro de su mundo donde la fantasía y la realidad no poseen límites. Allí viven sus amiguitos imaginarios: Uake, Tin y Juan. Aunque al parecer Uake es algo así como su alterego, porque ella vive pendiente de él.  Me tiro en un colchón para quedar a su altura. Comenzamos a conversar sobre dragones e hipopótamos.
– “El tacón lanza fuego por la boca”, me dice ella con la típica dificultad de que a los tres años nos cuesta demasiado que salgan bien las “erres”.
– “Ahh.. si!”, le respondo de inmediato. ¿Y no se quema cuando lanza fuego?
– “Nooo”, me responde segura.
– Supongo que le sirve para hacer asados muy rápido. Porque puede agarrar un pedazo de carne cruda y con sólo lanzar su fuego lo cocina de inmediato ¿no?
– “Si”, me dice ella. “Y para no quemarse después sopla… bbffffss…”, añade con su boquita hecha una trompa.
– “¿Y cómo hace el tacón cuándo toma un vaso de agua? ¿El fuego se le apaga?”
–“Eh…”, eleva su mirada y piensa por unos segundos. “No, se pone un tapón en la nariz y listo”.
– “Ah genial…”, le respondo. “Porque sería un problema si al tacón se le apagara el fuego”.
–“El hipopótano también es muy gaande”, me dice ilustrándome ante la variedad de animales exóticos.
– ¿Cómo qué hipopóta-No?… ¿Hipopóta-No o Hipopóta-Si? Le pregunto sonriendo ante la gracia que me produce la distorsión en su pronunciación. Ella me observa y me repite segura: Hipopota-no. Hipopótano!
–“Ah perfecto. Hipopótano entonces”.  Le digo ante el temor de contradecirla.
–“El hipopótano come hojas”, me explica.
– “No puede ser”, le digo. “El hipopótano es muy gordo. No puede comer únicamente hojas”.
–“Sí, come hojas”, me reafirma Guadita. “Son hojas muy gaandes. Las dobla así… y come muchas».
– “Ah…, ahora entiendo mejor. Como son hojas tan grandes el hipopótano está así de gordo”.
Ella sonríe porque entiende mis guiños de complicidad. Dentro de su mundo todo es posible. Habla por celular, cocina, lee, es mamá, maestra, doctora  y siempre está pendiente de lo que diga o haga principalmente Uake, que puede tener las salidas más desopilantes. Miro a Guadita y recuerdo a mi Luci a esa misma edad, cuando andaba siempre junto a sus amiguitos Chani, Choni, Jany y Joll. Y quizás un poco más atrás también…, cuando yo misma era igual de pequeña que ellas y pasaba horas jugando con mi hermano Pablo, armando y desarmando historias dentro de nuestros mundos imaginarios.
En el año 2011, tuve la oportunidad de entrevistar a Pablo Bernasconi. También a él le pregunté si había algo más poderoso que la imaginación.
No”, me respondió sin vacilar. “La imaginación es un motor, a veces con más energía, a veces con menos. Pero dentro de todos los motores que tenemos como personas para llevar adelante nuestros caminos y nuestros sueños, la imaginación es el más poderoso porque excede incluso nuestras propias vidas, nuestras existencias finitas. La humanidad avanza gracias a las ideas, sustentadas luego por la ciencia, el arte, el amor, incluso el odio. Fomentar nuestra imaginación, es decir, regarla con cosas lindas es tarea diaria, y mucho más importante de lo que creemos.”
– ¿Qué nos pasa a los adultos que nos olvidamos tan rápido de mirar cómo niños?
Yo creo que nos da vergüenza, que no nos sentimos con permiso para hacerlo a menos que tengamos una buena excusa. Por eso nos cambia la vida el nacimiento de un hijo, porque jugamos con ellos y volvemos a ser pares disimulando que somos padres. No importa; está bien así. Cada uno sabe exactamente dónde encontrar esa mirada por más que la sepulte bajo toneladas de responsabilidad, programas políticos y charlas “serias”.
(…)
¿Qué piensan ustedes?
¿Cuándo comenzamos a ponerle límites a nuestra imaginación?
¿Cuándo dejamos de soñar y decidimos conformarnos?
¿En qué momento dejamos de jugar para ponernos serios?

 

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