Durante mayo y hasta fines de julio del 2008, las audiencias orales y públicas del primer juicio contra Luciano Benjamín Menéndez y otros siete represores, movilizaron la incansable búsqueda de memoria, verdad y justicia de gran parte de nuestra sociedad.  La mayoría de los medios también se hicieron eco del acontecimiento y siguieron en vivo las instancias de una sentencia que simbolizó el fin de la impunidad para el máximo represor que tuvo la provincia de Córdoba.
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En aquellas jornadas, en la sala de audiencia y en las inmediaciones de los Tribunales Federales de nuestra capital, era habitual ver las distintas manifestaciones de los familiares de las víctimas, junto a militantes de partidos políticos, organizaciones estudiantiles y organismos de Derechos Humanos. También la asistencia de algunos fotógrafos dedicados a capturar una serie de instantáneas que hoy constituyen un valioso soporte documental, para el retrato de nuestra historia.

En septiembre de 2008, bajo el respaldo del Archivo Provincial de la Memoria, los fotógrafos Nicolás Bravo y Tomás Barceló Cuesta fueron quienes se dieron a la tarea de realizar la curaduría de una muestra que llevó por título ‘Imágenes imprescriptibles’. Un trabajo documental que reunió fotografías de Carla Acrich, Tomás Barceló Cuesta, Nicolás Bravo, Antonio Carrizo, Sergio Cejas, Javier Ferreyra, Verónica López, Leonardo Luna, Irma Montiel, Juan Manuel Rojas, Ermi Novisardi, Diego Roscop, Osvaldo Ruiz, Mariano Paiz y Ramón Verdú.
Cada una de aquellas imágenes lograba transmitir el dolor, el sentido de justicia, la esperanza y ese cúmulo de emociones individuales o colectivas, que quedaron cristalizadas en aquél momento culmine, cuando el 24 de julio de 2008 se producía finalmente la lectura de la primera sentencia que terminaba con más de treinta años de impunidad, condenando a prisión perpetua en una cárcel común a Luciano Benjamin Menéndez.

Lectura de la condena a Menéndez

La justicia determinaba así que Menéndez, junto a otros siete represores de Córdoba, resultaban los responsables de la desaparición de cuatro militantes políticos, como lo fueron Hilda Flora Palacios, Horacio Brandalisis, Carlos Lajas y Raúl Cardozo.

Actualmente, Luciano Benjamín Menéndez  tiene 87 años y ostenta el triste récord de ser el genocida argentino con más condenas a prisión perpetua por delitos de lesa humanidad. El lunes 30 de marzo de 2015 comenzará su quinto juicio donde se lo investigará por el asesinato de otros tres militantes de la Juventud Universitaria Peronista. Menéndez, alias Cachorro”, se desempeñó como comandante del III Cuerpo del Ejército desde septiembre de 1975 hasta septiembre de 1979. En ese periodo tuvo el control operativo de las Fuerzas Armadas y de Seguridad de la zona 3 y fue responsable de todos los centros clandestinos de detención de personas que funcionaron dentro de esa área, abarcando las provincias de Córdoba, Jujuy, Salta, Catamarca, La Rioja, San Juan, Mendoza, San Luis, Tucumán y Santiago del Estero.
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En noviembre de ese mismo 2008, después de estar expuesta durante casi un mes en el Archivo Provincial de la Memoria, ‘Imágenes imprescriptibles‘ fue trasladada a la sala principal la Legislatura de Córdoba. En aquella ocasión, Tomás fue invitado, no sólo como autor de algunas de las fotografías expuestas, sino también como uno de los oradores en esa segunda inauguración. Lo hizo con la lectura de un texto propio, que tituló «Presencias».

Comparto con ustedes, no sólo aquel texto que me pareció tan emotivo como memorable, sino también las fotografías que el propio Tomás había elegido para integrar la muestra Imágenes Imprescriptibles.

Presencias

Estas imágenes no deberían existir, por la misma razón que tampoco debió ocurrir el acontecimiento que las hizo posible. Si ahora, en este momento, pudiéramos dar marcha atrás, llegar hasta el punto exacto donde el rumbo de la historia pudo torcerse para salvaguardarnos del horror, sin dudarlo un instante lo haríamos.
Pero ya no es posible.
La historia anduvo, los años transcurrieron, y la herida que se abrió con el primer desaparecido no se cerró. Como telón de fondo había un nombre con dos vocablos aparentemente antagónicos entre sí: Plan Cóndor: el primero, consustancial con la Agencia Central de Inteligencia, CIA, por su largo historial en diseñar y dirigir planes y regar agentes por los cuatro puntos cardinales para consolidar los dominios imperiales en el mundo. El segundo, cóndor, ave andina, tan cara a nuestros pueblos del sur: ¿habrá otra palabra que sugiera más el sentido de la libertad? Quién o qué puede volar tan alto como el cóndor, remontarse tan lejos. El Plan Cóndor tuvo objetivos definidos, dirigidos a impedir que los pueblos latinoamericanos se hicieran dueños de su historia, sus vidas y sus destinos. Que remontaran su propio vuelo. Algo que sólo era posible mediante procesos inevitablemente revolucionarios, que ya comenzaban a fraguarse a lo largo y ancho del continente. En el cumplimiento de las órdenes venidas de los Estados Unidos, y a tono con su ideología, esos procesos fueron abruptamente cortados a través de sucesivos golpes militares. De todas las dictaduras del cono sur latinoamericano, cuyo accionar fue diseñado milimétricamente en el Pentágono, ninguna fue tan refinadamente siniestra como la argentina. Era como si al fascismo le quedara todavía por vencer un peldaño en la escala del horror. Los videlas y menéndez, los bussi y los astíz, engendros tardíos de ese fascismo en decadencia, pero no por ello menos peligroso, con la impunidad que les dio el poder tomado por la fuerza, en el breve período de apenas dos o tres años desaparecieron a 30 mil argentinas y argentinos. Eran en su mayoría jóvenes. Y todos, o casi todos, portadores del pensamiento más progresista y avanzado de aquellos tiempos. Desaparecidos: así nomás: aporte sustancial de los generales y sus secuaces que engrosaría el currículo de la ultraderecha mundial. Desaparecidos. Fueron esperados por sus familiares durante toda la vida. Pero tan sólo fueron vistos a través de los recuerdos.
Estas fotografías, tomadas durante los días en los que se juzgó al represor Luciano Benjamín Menéndez y a sus colaboradores más cercanos, no son más que meras pretensiones de una aproximación a este juicio y a las emociones que lo acompañaron a lo largo de dos meses, desde el 27 de mayo al 24 de julio del 2008. Es un hito: Argentina -y Córdoba en particular-, mediante el trabajo sostenido de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, la Organización HIJOS, y distintas organizaciones sociales y de derechos humanos, ha tenido la valentía de sentar en el banquillo de los acusados a algunos de los principales responsables de aquél genocidio.

DSC_0094Las imágenes fotográficas son instantáneas que pretenden fijar la apariencia de los acontecimientos y sus protagonistas. Pero en sí mismas no son memoria. En cambio, las imágenes que extraemos de los recuerdos, se alimentan de sensaciones, sentimientos y emociones. Pero las fotografías nos advierten que el suceso que intentan reproducir en la cartulina fotográfica fue posible. Fue cierto, fue real. En estas imágenes que sus autores ofrecen como modesta colaboración al proceso de reivindicación de la memoria histórica argentina, aparecen junto a ellas, o dentro de ellas, otras fotografías tomadas en otros tiempos: rostros en blanco y negro que nos devuelven un gesto, una sonrisa, una mirada. O un adiós sin sospechar siquiera que podría ser el último. Hay en ellas algo más que el recuerdo del que no está. Algo más que la fotografía familiar. Haber sido sostenidas y enarboladas durante tantos años por familiares y amigos, les hizo cobrar otro significado. Las redimensionaron, le otorgaron otra categoría. Les dieron otro peso. Abandonaron el álbum familiar para convertirse en documentos de denuncia. Su valor es otro, un valor constituido sobre la negación de la muerte, haciendo posible la continua presencia del desaparecido.
Para comprobarlo, bastaría detenerse tan sólo unos segundos ante esa imagen donde unas manos de obrero, cuyos dedos aún tienen la pintura fresca de una labor realizada pocas horas atrás, sostienen el retrato de esa joven que, saltando por encima de los años, llega desde el pasado con su imperecedera sonrisa. Ella, junto a sus compañeros desaparecidos, junto a ése obrero que la sostiene tiernamente, está ahora aquí para decirnos tan sólo: Hilda Flora Palacios, presente.

Por Tomás Barceló Cuesta

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