Yo no me daba cuenta. Pero al parecer, todas las mañanas mientras yo, con bastante dificultad abría mi portón, él barría de manera prolija la vereda y no dejaba de observarme. Es un hombre de unos 50 o 55 años (No puedo precisarlo). Renguea un poco de una pierna, es bajito y muy delgado. Su piel, cetrina y curtida por el trabajo, parece estar siempre bronceada por el…