“Contame cómo fue”, le pregunté una tarde a mi madre.
Fue una madrugada de octubre de 1974. El calor y el miedo asediaban las calles de Córdoba. Recuerdo que por las noches, la atmósfera ya era tensa. Vos tenías apenas un mes de nacida y llevábamos muy poco tiempo viviendo en la esquina de Garzón Maceda y Tornú.
Por ese entonces, hacía más de un año que la Triple A, creada por López Rega y el entonces comisario de la Policía Federal, Alberto Villar, actuaba en todo el país bajo un manto de siniestra impunidad. La provincia estaba intervenida por el brigadier Raúl Lacabanne y la Triple A ya se había cobrado la vida del abogado de presos políticos Alfredo Curutchet y la de Atilio López, ex-secretario general de la UTA y ex-vice gobernador.
Durante aquel octubre también habían allanado el Sindicato de Luz y Fuerza. Sabíamos incluso que sobre la figura del Gringo Tosco, y otros compañeros militantes, pesaba la orden de captura.
Me acosté esa noche leyendo un libro sobre educación de Nadezhda Krupskaya, la esposa de Lenin. Llegaron en un Falcón verde como a las tres de la mañana. “¡Abran, o tiramos la puerta abajo!”, fue la orden que a los gritos nos sacudió a tu padre y a mí de la cama. Cuatro hombres pertrechados con armas largas irrumpieron en la casa. De manera instintiva escondí el libro debajo de tu cuna y te arropé en mis brazos, mientras sentía que se me helaba la sangre.
(El tiempo se detuvo eterno).
Después de virar la casa al revés, revisar los techos y hacer algunas preguntas de rigor, una de las fieras vestidas de azul, concluyó: “Aquí no hay armas, vamos”.
Al retirarse, el más joven del grupo se detuvo, me miró fijo a los ojos y dijo: “Señora, no ponga su beba cerca de la ventana. No hace mucho aquí, los Montos hicieron estallar una bomba”.
Con tu padre, al igual que otros tantos jóvenes, también éramos militantes. Y si bien en casa nunca hubo armas, sí guardábamos con celo una buena cantidad de libros que como aquel de Krupskaia, de descubrirlos, nos hubieran costado la vida.
El 24 marzo del 1976 llegó el Golpe. Con él, los centros clandestinos, las torturas, los desaparecidos, la política sistemática del terror. El objetivo: instalar un modelo económico neoliberal que exigía pulverizar cualquier pensamiento, idea o rebeldía que pudiera hacerles sombra.
Ellos creyeron que triunfaron.
Nosotros, con la nitidez de la memoria intacta, aún decimos que no.