Algunas noches, cuando las jornadas se extienden más de lo previsto y pasan demasiadas horas que no nos vemos, al reencontrarnos, Lucía hace una larga pausa y me mira. Extiende su boca en forma de trompita y de manera tierna me dice: “¿Hoy si, mamá? ¿Hoy podemos dormir juntas?”. Ella sabe que es una fórmula infalible para obtener un sí.Milagros
Mi hija es una niña especial. Increíblemente buena, alegre y muy graciosa. Adora la música. Tanto es así que, meses previos a cumplir un año, aprendió primero a pronunciar ciertos sonidos musicales y recién después a balbucear algunas pocas palabras.
Desde que nació siempre he sentido que Lucía me ha enseñado mucho más de lo que yo he podido, y puedo, trasmitirle a ella. E irremediablemente, a lo largo de estos nueve años, siento que me ha convertido en una persona más generosa.
Es curioso, porque además la soñé un año antes de concebirla. Soñé con su parto y en ese momento supuse que tuve el privilegio de anticipar su carita. Fue un sueño tan feliz, tan lleno de luz… que al mirar su rostro, me desperté.
Un año más tarde, cuando finalmente llegó, no tenía exactamente esa cara y tampoco el color de ojos que había soñado. Me di cuenta que Lucía llegaba al mundo con espíritu propio. Y con una mirada mil veces más intensa de la que había visto yo, en aquel sueño premonitor.
Anoche, otra vez, dormimos juntas.
Tomada de mi mano, estuvo en silencio durante un buen un rato.
“Má: ¿vos crees en los milagros?” – (Ella tiene esas cosas. Me sorprende con preguntas y respuestas algo existenciales)–.
“No lo sé Lu” – le respondí algo absorta.
– “Yo creo que sí”, me dijo segura.
“Fijate en el cielo. Hay tantas estrellas que se prenden y se apagan todo el tiempo. ¿No te parecen un milagro?”.
– “Cierto Luci”, le dije emocionada. “Tenés razón. Y en el cielo existen infinitas estrellas”, le respondí abonando su teoría.
Entonces ella, espejando su mirada en la mía, concluyó: “Mami, la vida es un milagro”.

Agosto 2011. 

 (Foto: Tomás Barceló Cuesta)

 

 

 

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