A comienzos del 2005, aún no lograba darle mi total apoyo al gobierno de Néstor Kirchner. Sumida en esa crítica clasemedieraprogre, que parece nunca estar conforme con lo que se hace, o que simplemente critica mientras se mira el pupo, enciende la televisión, se ducha con agua caliente o se toma un café en su casa.

Mi hermano Pablo, a quien añoro todos los días un poco, con su retórica imbatible supo escribirme durante aquel año: Néstor Kirchner es quien hoy se está haciendo cargo de la historia y es el que le está poniendo el cuero a esta gran batalla. No es de nuestro palo, pero lo está haciendo y por eso se merece nuestro incondicional apoyo, pues es el que está guiando esta nave. Y ojo, cuando digo incondicional no digo obsecuencia. Sino, que no vamos a ser nosotros quienes le impongan condiciones hacia el interior de esta alianza contra un enemigo que sabemos, todavía no está derrotado. Que cuando quiere golpear se une en uno solo, porque todavía conserva los resortes de poder. No es hora de quitarle el apoyo a quien comanda esta batalla. Pensalo.

Pablo, que militó desde que era adolescente y quien prefirió siempre ponerle el cuerpo a cada experiencia, más que cualquier rulo intelectual, en ese extenso mail, supo hacerme reflexionar. De allí en más, tanto Néstor como Cristina me devolvieron ese amor incondicional por la política, como herramienta transformadora capaz de imprimirle a cada pueblo mayores o menores niveles de justicia social.

Alberto, quien en este 2 de abril – en el aniversario de la Guerra de Malvinas– está cumpliendo 61 años, llegó a la presidencia después de haber sido la mano derecha de Néstor y sin obsecuencias, fue luego ungido por Cristina. Alberto fue y es esa esperanza pedagógica que en momentos de campaña, militamos con el alma, para terminar con una derecha neoliberal, que nuevamente hoy, en medio de esta pandemia, opera en forma miserable y encuentra adeptos para salir a cacerolear.


Alberto, ese tipo cercano, medido y directo, tuve la oportunidad de verlo personalmente por primera vez en julio de 2019, en un acto de campaña en el club Talleres, en Mar del Palta. Recuerdo que se abrió paso entre la multitud escoltado por compañerxs de escenario, como Axel Kicillof, Fernanda Raverta y Verónica Magario. Llegó con un sueter negro y su sonrisa diáfana, tocando y abrazando a la gente que lo esperaba. Escuchando, cediendo la palabra y encarnando un discurso, que sólo se proponía dar un timonazo al rumbo de la economía, para pensar en el trabajo, la industria, la educación, como motores de una Argentina que podía volver a ponerse de pie.

La segunda vez fue el 10 de diciembre en Plaza de Mayo. Siendo parte de ese tumulto de gente que no hicimos otra cosa que abrazarnos y soltar la felicidad, contenida en cuatro largos años. Inundamos las calles del microcentro de CABA desde temprano, sudados por un calor luminoso que por la tarde levantó temperatura a más de 40 grados. Entre tantos sentimientos, era darle fin a un gobierno para pocos y recuperar el sentido más digno de lo popular.

#AlbertoCumple es hoy el hashtag que se impone de manera genuina, como tendencia en las redes.  Es que una inmensa mayoría saludamos al presidente de todxs en su cumpleaños. Nadie pudo siquiera imaginar que le tocaría a Alberto Fernández hacerse cargo de esta historia y –como decía Pablo–, ponerle el cuero a este virus del miedo, que dejó a la humanidad con la ñata contra el vidrio, mirando la incertidumbre pasar.

No es hora de ninguna cacerola.
Es tiempo de brindar nuestro apoyo a quien comanda esta nave, en el mar incierto de esta gran batalla.

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