Estoy aquí. En la azotea del patio. Un lugar donde puedo contemplar los atardeceres y el contorno cercano de sierras chicas. Un rincón que jamás hubiera conquistado, si no fuese por el virus y esta cuarentena.

La noche ahora está hermosa. No sólo por su temperatura tibia, sino por el sonido de las hojas del nogal que no dejan caer, cuando soplan algunas ráfagas remolinadas. También se escucha el ladrido desordenado de los perros.

Por lo demás, las familias vecinas están cenando, otras viendo una película. Maternando en sus hogares, con esa mezcla rara de sentimientos encontrados.

Hoy temprano salí para hacer la visita de asistencia a mi madre. Viajé desde Arguello hasta Alberdí por toda la costanera. El cauce del Río Suquía parece otro de lo limpio qué está. Predomina un verdeamarillo en la vegetación, que resulta toda una delicia.

Y si bien noté alguna circulación de autos, interrumpida por controles policiales que estresan y la marca del barbijo como signo de la época, por lo demás, la ciudad confinada ha logrado desacelerarse.

Sin embargo, sobrevuela una atmósfera tensa.

Mientras manejaba, intenté sustraerme por unos minutos. Bajé el vidrio de la ventanilla, saqué mi brazo izquierdo y dejé que la velocidad del viento hiciera lo suyo entre mis dedos.

Mi mamá me esperaba con ansias. De esas que se evidencian cuando se extraña a la persona que se ama.

Cocinó. Me contó anécdotas repetidas, miramos fotos de sus viajes y nos reímos. Hablamos del pasado, del presente y el futuro. Nos volvimos a reír y juramos jamás revelar tantos sentimientos sinceros, desnudados en la intimidad de una sobremesa compartida.

En medio de esa complicidad, al mirarnos sentíamos que nuestros cuerpos rejuvenecían. Y al sonreír, otra vez, que la vida volvía a resplandecer, como los cauces del Río Suquía.

Nos despedimos.

Ahora, sentada en la azotea de mi patio, deseo eternizar esa energía vital de habernos visto.
Respiro mejor el aire de la noche. Me dejo llevar por el crujir seco de las hojas del nogal. Escucho de lejos los ladridos de los perros, mientras mi silueta se vuelve sombra, bajo las luces tenues del barrio.

 

Dejá un comentario