–Hace demasiado calor, le dije una tarde pegajosa de febrero a Tomás, allá por el 2006, algo abrumada ante la falta de vacaciones.
–Si chica…, en Cuba no suele subir tanto la temperatura como aquí, aunque la humedad en La Habana no deja de ser insoportable. ¿Sabés?, –me dijo con su mirada verde esperanza–, quisiera que leyeras un par de relatos que me gustaría concursar.
–Pero Tomás…, ¿vos creés en los concursos?, le respondí en un tono desganado y algo incrédula.
Si chica! ¿Por qué no voy a creer? Además, en los concursos literarios los jurados que intervienen suelen prestigiarse al seleccionar las obras.
Lo mire en silencio sin poder contradecirlo y le devolví una sonrisa con la intención de no desmoronar su cuota de entusiasmo.
– Bueno ¿cuáles son los relatos?
–Mirá estos tres y luego me dices.
(…)
Si Tomás era bueno en la fotografía, mucho más exquisito resultaba a la hora de producir una crónica periodística o de dominar los puntos de tensión que se ponen en juego a la hora de escribir una ficción.
– Con este cuento Tomás podés ganar el concurso que quieras, le dije en un tono optimista pero convencida a la vez de que acababa de leer un material excelente. ¿En dónde pensás concursarlo?
– Lo pienso enviar al Gabriel Miró de Alicante, España, donde el primer premio es de 6000 euros y 3000 para el segundo.
Con que saques el segundo me conformo, le dije con ironía y ambos terminamos a las risas imaginando el abanico de posibilidades que se nos abrían si llegaba a obtener cualquiera de los dos premios.
Esa misma noche Tomás revisó una vez más el cuento “Mañana estaré muerto” y lo envió por mail. Seis meses más tarde, una española lo llamaba desde Alicante, notificándolo que de 2.222 concursantes provenientes  de unos 28 países, su relato había obtenido el segundo premio en la edición 51 del Concurso CAM de Cuentos «Gabriel Miró”.
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Mañana estaré muerto

Por Tomás Barceló Cuesta

No habrá muertos, dijo. Y le creí. Es un tipo que al parecer sabe hacer las cosas. Un trabajo fácil, asere, una vieja que vive sola, no hay problemas con eso, lo peor que puede suceder es que se despierte cuando estemos dentro de la casa. ¿Qué hay que hacer entonces?, le pregunté. Fácil, le ponemos una toalla en la boca para que no grite, la amarramos a un sillón o a una silla, y a partir de ahí toda la casa es nuestra, ah, y antes de irnos, para que vea que no somos tan malos, le mecemos un poco el sillón para que se sienta bien, a lo mejor hasta se duerme y todo, qué te parece. Me reí con la ocurrencia. Con un tipo así vale la pena trabajar. Será mi primer golpe grande de verdad. Antes había hecho otras cosas, pero pequeñas, que no valen tanto la pena. La primera vez fue con mi primo el Loco. Recuerdo que íbamos en la bicicleta y le arrebatamos una cámara fotográfica a un turista por La Habana Vieja. Mi primo era experto en eso. Sabía cuándo lanzarse. El turista estaba en medio de la calle mirando a una negra que en esos momentos tendía la ropa en el balcón de su casa. Parece que le gustó el culo de la negra. Sacó la cámara y en los momentos en que fue a enfocarla, mi primo me preguntó: Qué, le damos. Dale, le dije. Aceleró fuerte. Estiré la mano y me llevé la cámara conmigo. Después la vendimos en cien fulas,  cincuenta pa’  él y cincuenta pa’ mí. Le cogí el gustico al facho en bicicleta. Es fácil. Sólo hay que tener la bicicleta bien engrasada y saber por cuál esquina doblar, por dónde meterte cuando te das a la fuga, por qué calles coger. Hay que jugársela, pero esa es la vida, jugársela todo el tiempo. Mi primo el Loco pedaleando y yo detrás en la parrilla de la bicicleta, éramos temibles, increíbles las cosas que hacíamos. Como diez veces hicimos lo mismo y nunca fallamos. Cadenas, relojes, carteras de mujeres, de todo lo que se nos pusiera delante. Y lo mejor era  que no lo pensábamos mucho para decidirnos. Veíamos la presa, siempre aparecía alguien, y él me preguntaba: Qué, le damos. Y yo, Dale, primo, que eso es nuestro. Los turistas son las presas más fáciles, porque andan por las calles entretenidos, mirando pa’ todas partes menos pa’ donde tienen que mirar, los muy come mierdas, y ahí es cuándo hay que darles. Después todo se jodió. Fidel llenó las calles de fianas y hubo que parar un poco. Yo me dije: hay que aguantar la mano, el tanque está muy duro y yo tengo solamente veinte años para ya estar cayendo en cana. Mi primo el Loco siguió y terminó tras las rejas. Eso me sirvió de algo, me puse a analizar el asunto y me dije: No hay que dejar de hacer las cosas, pero pensarlas bien, pa’ no fallar. La gente cae porque no la piensa bien, como le pasó a mi primo. Por eso me gusta este tipo. Parece que me estaba estudiando desde hacía ya un tiempo y se dio cuenta de que yo estoy en lo mismo que él. Pensar primero y actuar después. Lo de mi primo el Loco me sirvió de lección. Hay que aprender en la vida, tú sabes como es eso ¿no?

El día en que éste socio me propuso lo del facho a la vieja, yo estaba en la esquina hablando con dos amigos. Llevábamos ahí un rato, tú sabes, hablando que si la vida es una mierda o que si vale la pena la vida. A mí me da lo mismo lo que digan. La vida es sabrosa, hay que gozarla lo más que se pueda, cuando te toca joderte, te jodiste, pero mientras tanto hay que pasarla lo mejor posible, ¿no? La tengo bien clara. El asunto es tratar de tener unos billetes en el bolsillo y de ahí que se caiga el mundo. No me importa lo demás. Cómo los consigues, esa es la maraña y no otra. Tengo veinte años y no sé si mañana voy a estar vivo o muerto. Un día vienen los yanquis, meten una guerra y me cae una bomba en la cabeza y adiós Lola. El asunto es vivir hoy, y si tengo veinte fulas en el bolsillo, lo demás me importa un carajo. Y si tengo veinte años, mejor todavía. Eso sí, con los verdes en los bolsillos, ¿no? Estaba en eso con los dos amigos, hablando de esas cosas, tú sabes, cuando pasó el socio éste por delante de nosotros. Nos saludó con la mano y siguió de largo. Los dos amigos se fueron y yo me quedé solo un rato por allí, pensando en cualquier cosa, en María, lo buena que está y en que le tengo el ojo echado, con ese culo y esas tetas que tiene, mi madre, esa carita que es un dulce, con esos ojos grandes y lindos, y en que si me da un chance le caigo encima sin pensarlo dos veces. Cuando uno se queda solo, comienza a pensar en mujeres y en todo lo bueno que tiene la vida. Se apareció el socio éste de nuevo. Siguió de largo como la vez anterior, pero no bien había caminado unos pasos dio la vuelta y vino hacia mí. Fue ahí cuando empezó nuestra relación. Un tipo que todo el mundo en el barrio sabe que está en algo, pero nadie lo ha podido agarrar en nada todavía. Está en lo suyo, sin alardes ni aspavientos, sin ostentación. Apenas habla con la gente, siempre callado, saluda, eso sí, pero tranquilo, dando a entender que no está en nada. Parece que le caí bien, tú sabes cómo son esas cosas. Vio que yo estaba en lo mismo que él, hacer las cosas sin bulla. Me habló de la vieja. Según él, la ocamba debe tener más de mil fulas guardados en algún lugar, porque su familia le envía de mallami cada dos o tres meses una bola de verdes. ¿Cómo lo averiguaste, asere? Porque uno no es come mierda, ¿no?, hay que esta’ en toda, saber cómo van a ser las cosas, y más con un tipo que apenas conoces, de verlo na’ más en el barrio, tranquilo, pero bueno. Ah, eso es asunto mío, ¿te conviene estar en esto conmigo o no? Sí, está bien, me conviene, ¿pero cómo supiste que la vieja tiene todos esos billetes? Eso se sabe, compadre, averiguaciones mías, usted permanezca callado, como hasta ahora, que eso es entre usted y yo, y nadie más. Seguro que los tiene debajo del colchón. No importa donde los tenga, es una vieja que vive sola, algo fácil, lo que hay que saber hacer las cosas, eso es nuestro, usted verá. ¿Cuándo le damos? Todavía, déjame pensarlo bien, estudiar primero cómo lo vamos hacer, para no fallar, ¿me entiendes? Sí, claro, te entiendo. Confía en mí, yo te aviso, ¿bien? Sí, está bien, voy a estar aquí, en esta misma esquina, siempre por las tardes estoy parado aquí.

Volvió a los dos meses. En esos momentos yo estaba otra vez en la esquina y pensaba en María. La cabrona no me acababa de dar un chance para caerle encima. Mira que es complicada la vida. Pensaba en esas cosas, tú sabes, ¿no?, cuando se apareció el socio de nuevo. Casi lo había olvidado, ni me acordaba de aquella conversación. Ni cuenta me di cuando llegó, fíjate cómo estaba yo con María metida en la cabeza, en lo buena que está y todo eso. Sentí que me tocaba en el hombro. Estoy aquí de nuevo. Ah, eres tú. Quién pensabas que era. Dime. Sígueme. Adónde. No preguntes y sígueme. Caminamos como treinta cuadras sin parar. Coño, asere, hasta cuándo vamos a estar caminando, con este calor que no hay quien pinga lo resista. Ya estamos llegando, no te precipites. Nos detuvimos en una esquina. Es aquí. Bueno, qué hacemos ahora. Mira con disimulo aquellas dos viejas en esa casa. Miré como quien no quiere las cosas. Es esa vieja que está conversando con la otra en la puerta. Cuál de las dos. La de los espejuelos. Las dos tienen espejuelos, compadre. La que está apoyada en el marco de la puerta, esa. Ah. La observé bien, pero con disimulo, como si estuviera mirando pa’ otro lado, con la cara virada p’allá pero con los ojos dirigidos pa’ donde estaban las viejas. Es flaca, bastante enclenque, tendrá como setenta años, con esos espejuelos debe estar medio ciega, la pobre, no sabe lo que le espera. ¿Ves esa cerca? Sí. Rodea casi la mitad de la manzana, por la cuadra de atrás tiene un hueco, tenemos que meternos por ahí. Ah. ¿Ves ése almacén? Sí. Bien, entramos por la puerta delantera, que está en la otra cuadra, a pocos metros del hueco de la cerca, una vez dentro lo atravesamos y salimos por la puerta de atrás, que está del otro lado y no se ve desde aquí. ¿Y si hay alguien dentro del almacén, un sereno, alguien?  Ahí no hay nadie, chico, es un almacén viejo, ¿no ves que se está cayendo en pedazos? Ah. Está abandonado ¿no lo ves? Sí, sí, lo veo. Bien, una vez que estamos afuera vamos hasta la puerta de atrás de la casa, que está como a quince metros. ¿Y después? Es pan comido, asere. ¿Cuándo le damos? ¿Qué día es hoy? Jueves. El sábado a la noche ¿te conviene? Si, claro que me conviene, te espero en la esquina, como siempre. Paso a buscarte.

Lo calcula todo. Con un tipo así vale la pena hacer las cosas, va al seguro, no falla. Durante todo el viernes y el sábado estuve pensando un poco en la vida, en María y en la vieja. No sabe lo que le espera, la pobre. La vida que tiene sus cosas, que son algo complicadas, tú sabes, ¿no?, pero no hay que darle demasiado taller en la mente porque sino te vuelves loco. Si me pongo a pensar en la pobre vieja indefensa, termino diciéndole al socio que no. No me gustaría que nadie se cuele en mi casa a robar con mi mamá dentro o mi abuela, es del carajo, sería capaz de matar a quien lo haga. Pero esa es la vida, qué se le va hacer. Estaba en la esquina haciendo tiempo hasta que cayera el socio, pensando en esas cosas pero tranquilo, cuando apareció María. Ella sabe que estoy puesto pa’ ella. Siguió de largo sin mirarme. Jodedora que es, sabe que está buenísima y camina moviendo bien las caderas pa’ que uno se caliente con ella. Cuando había avanzado unos pasos la llamé, no aguantaba más sin decirle cómo me tenía. Oye, María. Se detuvo y se viró hacia mí. ¿Me llamaste? Sí, te llamé. ¿Qué quieres? ¿Puedes venir acá un momento? Ven tú, me dijo ella, parada así, con una mano puesta en la cintura, como provocándome. Me le paré delante pero creo que a esa hora me puse nervioso, no sabía cómo decirle lo que tantas veces había pensado. Tú dirás, me dijo. Yo miraba sus ojos, que no son los ojos de una mujer cualquiera sino los ojos de María, y me pasó por la mente en esos momentos que más que gustarme y querer estar con ella para pasar un rato y después soltarla, me había enamorado. Nunca, que recuerde, me había pasado eso, y en esos momentos frente a ella, esperando a que yo le dijera lo que tenía que decirle, empecé a creer que ahora sí lo estaba, porque entonces por qué estaba tan nervioso. Iba a decirte algo pero no sé cómo hacerlo. ¿Te ayudo, quieres?, debe ser lo mismo que me dicen todos los hombres, que desean estar conmigo ¿no es eso?, después se largan y si los viste, quién se acuerda. No, no, no es eso, es otra cosa. Ah ¿sí?, a ver, qué tiene el caballerito para confesarme, debe ser algo muy importante porque sino no me hubieras detenido aquí tanto rato sólo para decirme lo lindo que está el cielo. Me dijo así, caballerito, eso me produjo mucha gracia, qué sé yo, qué complicada es la vida a veces, ¿no? Es que estoy enamorado de ti, es eso. Se lo dije de un tirón, sin pensarlo mucho. ¿Enamorado de mí? Estaba sorprendida. Sí, enamorado de ti, ¿no me crees? No sabía si había hecho bien, pero se lo dije y ya, no sé por qué, pero se lo dije. Y sin darle tiempo a que reaccionara le pregunté si quería salir conmigo. Ahora no sabía si había vuelto a meter la pata, mira que la vida es complicada, porque ella se puso seria, como pensando en mis palabras y yo creyendo que no le había gustado lo que le dije. Tú sabes, las mujeres son demasiado complejas a veces. Está bien, me dijo ella, ¿salimos hoy? Su respuesta me sorprendió, por mi madre que no la esperaba. Iba a decirle que sí, pero me acordé del socio, el facho a la vieja y todo eso, mi primer gran golpe de verdad, mil fulas por lo bajito. Hoy sábado no, mañana domingo si tú quieres. Sí quiero, ¿a qué hora? ¿Te conviene a esta misma hora? Sí, ¿dónde nos vemos? En esta misma esquina. Está bien, nos vemos aquí. Me dio un beso en la mejilla y se fue. Viéndola alejarse me dije: Esta muchacha me va a complicar la vida. Después no pude pensar en otra cosa que no fuera en ella, en mañana domingo y en su beso en mi mejilla. Mañana domingo, con unos cuantos verdes en los bolsillos y María a mi lado, ¿te imaginas eso?, soy Dios en La Habana, el dueño del mundo. La llevaré adonde quiera. Que si pajaritos volando me pide, pajaritos volando le daré. Que si vamos al mejor restaurante de La Habana, pues al mejor restaurante de La Habana. Lo que me pida. Que si a lo mejor me dice: Quiero ir a Varadero, ¿me puedes complacer en eso? Pues claro que te puedo complacer, mulata, vamos pa’ Varadero. Tres horas después se apareció el socio. Todavía pensaba en María y en sus ojos que me miraron de esa forma rara, como si no creyera lo que le decía, en el beso que me dio y en mañana domingo, cuando estemos juntos.

La calle estaba muy oscura, no había  nadie por todo aquello. Nos metimos por el hueco de la cerca, caminamos hasta la puerta del almacén, que estaba medio abierta, y entramos. El socio llevaba una linterna, la encendió y atravesamos el almacén sin grandes complicaciones. Cuando llegamos a la puerta de atrás, apagó la linterna. Me ordenó que me quietara los zapatos. Me los quité. Déjalos ahí, a la vuelta los recogemos. Salimos afuera. Vamos por aquí, me dijo bien bajito. Lo seguí en silencio. Caminamos hasta la puerta de la casa que da al patio. Estuvimos como dos o tres minutos parados, sin hacer nada, en silencio, tratando de escuchar algún ruido dentro. No se oía nada. Eran como la una o las dos de la madrugada. La vieja debe estar durmiendo, vamos a entrar. Sacó de un bolsillo unas ganzúas y empezó a trajinar ahí. Con un tipo así valía la pena hacer las cosas, se las sabe todas, va al seguro. Al rato la cerradura hizo un pequeño chasquido y nos dimos cuenta de que la cerradura había cedido. El socio se llevó el dedo índice a la boca, indicándome que hiciera silencio. Abrió la puerta lentamente, despacio, como si estuviéramos moviéndonos en cámara lenta. Entramos. La casa estaba a oscuras. El socio encendió la linterna, dirigió la luz hacia el piso. Poco a poco la fue subiendo y empezó a alumbrar de un lado a otro. Estábamos en la cocina. Nos movimos muy despacio. Había un pasillo. Caminamos por él. El socio dirigió la linterna hacia una puerta abierta, era el baño. Más adelante estaba la sala y a un costado otra puerta, también abierta. Alumbró hacia adentro. Debía ser el cuarto de la vieja. Efectivamente. Ahí estaba el escaparate, al lado la cama. El asunto era llegar hasta la vieja y taparle la boca con una toalla antes de que se despertara. Si lograba gritar estábamos perdidos. A estas horas suele haber rondas de fianas por ahí, o algún vecino podía escucharla. Una vez con la boca tapada, le preguntaríamos dónde tenía guardado el dinero. Ella debía indicarnos el lugar con movimientos. Si se negaba, la apretaríamos un poco, seguro que terminaba cediendo. A la gente le gusta vivir. Nadie cambia la vida por unos cuantos dólares. El socio lo tenía todo previsto, un tipo al que no se le escapa ni un solo detalle. Entró en el cuarto, lo seguí. Cuando dirigió la luz hacia la cama comprobamos que estaba vacía. La vieja no estaba. No está aquí, le dije en voz baja al socio. ¿Dónde coño estará?, preguntó él algo alterado. A lo mejor está en lo de de algún pariente. Mejor entonces, la casa es nuestra. Sí, claro, mejor así. Busquemos las fulas, no perdamos tiempo. Nos movimos un poco por el cuarto, alumbrando por aquí y por allá con la linterna. Abrió el escaparate, revolvió todas las gavetas. Por mi parte busqué debajo del colchón, encontré unos cuantos papeles, unas cartas y algunas revistas viejas. Ve y enciende la luz, me ordenó el socio, necesito ver mejor. Me dirigí hasta la puerta, el interruptor debía estar por allí. El socio alumbró con la linterna y pude ubicarlo en la pared. Cuando me acerqué para encenderlo, vi una mano que se me adelantaba. Una mano huesuda y blanca, como la de un esqueleto. La luz se encendió. La vieja está ahí, frente a mí, a menos de un metro de distancia. Me mira a través de los espejuelos gruesos. Me apunta con una pistola. Pienso que el socio no tuvo en cuenta este detalle. Pienso en María, en el beso que me dio en la mejilla. La vieja me mira y yo distingo sus ojos pequeños y duros a través de los gruesos cristales en su cara mientras me apunta con la pistola. María me esperará mañana domingo en la esquina donde acordamos vernos. Pero mañana estaré muerto.

 

 

 

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