Durante años viví anonadada en la profundidad de algunas imágenes fijas y en blanco y negro. Sentía que la poesía de esas miradas me llevaban a indagar en los relatos que se presentan bajo el rectángulo de una fotografía. Ese don de narrar sin emitir una sola palabra. La ausencia de colores, me invitaba a su vez a concentrarme en el sentido múltiple de una composición. En el juego sutil de ciertos símbolos. Imaginar que además de ése segundo congelado, lo presidían otros responsables de lograr la bendición de ese instante preciso.
Comprendí así que algunas imágenes poseen la capacidad de cautivarnos, logrando sobrevivir a la dimensión del tiempo y el espacio.
No fue sino hasta el año 2011 que cierta imagen en movimiento logró sacarme del encanto de aquella quietud. Los colores comenzaron a pintar una nueva dimensión en mi vida. Fue como atravesar un portal, o hacer un viaje, donde nuevas formas y sensibilidades se conjugaron para explorar otros mundos. Otros lenguajes.
Comprendí entonces que moverme tenía un sentido.
Hoy vivo a 7 siete cuadras de la estación ferroviaria del Paseo Rivera. El Tren a las Sierras, con destino último a la ciudad de Cosquín, pasa por allí a diario invitándonos a dar un paseo que se disfruta en el lapso de dos horas.  Se trata de un viaje lento por el interior de Sierras chicas hasta llegar a la cabecera del Departamento de Punilla. La gente sube, baja. Observa el paisaje. Conversa, lee, camina, come, duerme, sueña.
Las imágenes van y vienen.  A color… y en blanco y negro.

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