Me llamo Lucía Barceló Morán pero me dicen Lu. A mí siempre me gustó la fotografía porque puedo inventar mi propia mirada sobre las cosas. Con estas pocas palabras mi hija ha decidido presentase en su nueva página web. Al leerla confieso que se me estruja un poco el corazón. Los recuerdos se me alborotan con apenas mirarla.
Hoy es una adolescente que no deja de sonreír y que me desafía a diario. Sin embargo yo aún la sigo viendo tan incandescente como pequeñita. Es que Lucía llegó a mi vida para coronar una historia de amor de novela. Incluso su nombre se presentó primero en el título de uno de los capítulos de Recuérdame en La Habana, la primera novela que escribió su papá (Tomás) en el año 2000. En aquel libro Lucía también era la hija de una historia de amor que traspasaba las fronteras. Un año más tarde, cuando en mayo finalmente llegó a mi vientre, la alegría de su espera nos colmó el alma. Más tarde, su presencia fue un sinónimo de mimos y alegrías constantes. La recuerdo junto a su papá jugando sencillamente a todo. Siendo el primer plano de sus momentos más tiernos. Lucía creció entre cámaras de fotos y cientos de palabras. Tanto es así, que a los 5 años nos mandaron a llamar de su jardín porque tenía una exacerbada riqueza en su vocabulario. En ese momento, nos reíamos con Tomás al celebrar a nuestra pequeña “fenómeno”. Para nosotros, raro hubiese sido que sobresaliese por algún rasgo de timidez o ausencias de diálogos. De pequeña, su imaginación fue siempre desbordante. Convencida de que su papá era su rey, lo acompañaba a todos lados. Los recuerdo juntos en la Universidad. Tomás dictando clases de fotografía y Lucía sentada en uno de los primeros bancos. En aquellos años, ella quería ser cantante. Componía canciones y las interpretaba en distintos show que ella misma montaba. Se producía con mis vestidos y mis tacos. Dueña de nuestras mejores sonrisas y aplausos.
Cuando en mayo de 2010 falleció Tomás, Lucí tenía apenas 8 años. Y una de mis angustias era mi imposibilidad de llenar aquellos espacios que con tanto amor, ella y su papá habían alimentado. Rápidamente advertí que era incluso en vano siquiera intentar ocuparlos. Porque también comprendí que quien se va con tanta luz, deja huellas vivas en todos lados. Ambas seguíamos viviendo en una casa llena de cámaras y cientos de palabras. De manera natural, Luci comenzó a disparar y componer sus primeras imágenes. Primero con una digital automática. Luego se animó a agarrar la Panasonic, más tarde su celular, pero nunca dejó de revolotear alrededor de la Nikon D80, la preferida de su padre. Desde hace un tiempo, esa cámara ha recuperado la vida bajo el motor de sus búsquedas y sensibilidad.
Lucia estudia fotografía en el Belgrano. Y si bien hoy vivimos en un nuevo hogar donde existen otras musas, sigue rodeada de cámaras y palabras. Tiene 14 años y ya no desea ser cantante. Es una adolescente que no deja de sonreír y que me desafía a diario.
Si se asoman a su fanpage, verán que siempre le gustó la fotografía. Al parecer, por esa libertad infinita de poder imprimirle a todo su propia mirada.

FotorCreated

 

Dejá un comentario