Entonces una mirada pide a gritos que el mundo se detenga en ese otro hilo de luz.
En ese milagro fugaz que sólo reverbera en la fina coincidencia con aquella otra, que apenas parpadea y logra encandilar mediante una sonrisa tímida, que aparece inevitable tras el espasmo tácito y misterioso que sacude al corazón.

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