Después de subir hasta el segundo piso, por una estrecha escalera, el ritual casi siempre es el mismo. Me recibe con la puerta semiabierta, instala una sonrisa en su rostro y abre sus ojos color miel estirando al máximo el abanico de sus pestañas. Me subyuga la integridad de su belleza. No puedo evitarlo. A veces pienso…