Desterrar  los miedos y dejar que el corazón guíe.
Dar el primer paso y llegar hasta el final. El privilegio de recorrer el camino. Compartir lo mucho o poco que se tiene. Comprender que no todo depende de uno.
Y confiar.
Que el viaje comienza en el interior de nosotros mismos. Lleno de luces y sombras. Con presencia plena en el lugar que nos toque. Sin demandas ni prejuicios. Sin corazas o disfraces. Dejando que juegue y nos gane el azar.
La diferencia se nutre en cada detalle y da paso libre a la creatividad.
Territorio fértil de la alegría y los deseos. La intuición cobra sentido.
Llega el momento justo de arriesgar.
Que existe una red inmensa que nos contiene. Los sueños empiezan a palpitar.
A veces alcanza con tender sólo una mirada cálida. Una sonrisa tímida o el silencio profundo de disponerse a escuchar.
Otras, la exigencia supone de un trabajo incómodo o mayúsculo. El extra de brindarse así y un poco más.
Y cuando por fin vencemos el oscuro tedio de la queja, la destreza luminosa de la acción nos cobija dentro de un abrazo tibio.
Será entonces la hora exacta de soltar.
Que nada realmente nos pertenece.
El viaje será intenso si nos modifica. Si nos atraviesa y ubica en otro lugar.
Con menos temores y renovada osadía.
Con tierra, con aire. Con fuego, con agua.
Con lunas y soles.
Arena y mar.

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