A fines del 2002 el país seguía cayéndose a pedazos.
Las imágenes del 2001 latían tan cercanas como dolorosas.Tanto fue así que casi llegamos a naturalizar noticias como riesgo país, pobreza, ajustes, cortes de rutas, piquetes, represión o muertes. Y también, casi de manera ingenua, muchos creyeron que la salida a la crisis pasaba por un gritar fuerte: “Que se vayan todos”.
En casa, durante aquel año, también nos quedamos sin trabajo.
La revista del Teatro Real, que coordinaba por entonces, de un día para otro, y en total sintonía con los ajustes que venía aplicando el gobierno de la provincia, no salió más. En la Cámara del Libro, muchos de sus socios pensaron que era mejor “un sálvese quien pueda”, y hasta se evaluó la posibilidad de disolver la institución. Yo, en el aquel tiempo, apenas colaboraba con algunos trabajos puntuales de prensa que cobraba tarde y de manera muy magra.
(Y sin embargo, en la intimidad de mi casa, sentíamos la dicha de poder embriagarnos con el simple roce de nuestras miradas).
—“¿Qué vamos hacer?”, le preguntaba –y nos preguntábamos– casi todas las noches, como sonámbulos perdidos dentro de un laberinto sin salidas o demasiadas respuestas.
— “Mira”, me dijo un día Tomás, con voz pausada y bastante calma: “Somos inteligentes, somos personas buenas y nos tenemos a nosotros mismos ¿no te parece que somos afortunados?”
Así, luego de vivir una de las peores crisis del país, en agosto de 2003 nació el número cero de la revista Culturαs: Publicación bimensual del Museo de Antropología de la UNC.
Logramos sacar siete números. El primero arrancó con una nota de tapa que titulamos: La Verdad Histórica. Se trataba de un extenso reportaje que daba cuenta del trabajo realizado por los antropólogos del Museo y del Equipo Argentino de Antropología Forense en el descubrimiento de más de cien cuerpos, inhumados de manera clandestina durante la última dictadura militar, en fosas comunes halladas en el cementerio de San Vicente. Durante ese mes, su trabajo había permitido dar evidencias concretas sobre la identidad de los cuerpos y verificar los asesinatos de los jóvenes Liliana Sofía Barrios y Mario Osatinsky.
En su segundo número, Virginia Guevara publicaba una extensa investigación titulada en tapa “Vivir con lo peor”, donde se narraba cómo desde 1980 hasta el 2001 en la provincia de Córdoba se había triplicado la cantidad de villas miserias. En ese misma edición, también sumamos una entrevista a Osvaldo Bayer y una interesante columna sobre las Migraciones en el mundo, de Carlos Máximo Ferreyra.
En poco tiempo, la calidad de Culturαs comenzó a cobrar vuelo y a ganar, de boca en boca, el interés de los lectores. Estimábamos que, al menos, lográbamos captar la atención de unas 500 personas, porque ese era el número de su tirada inicial y en el Museo de Antropología se agotaba en menos de una semana. Con un formato tabloide, a dos colores y papel de diario, Culturαs salía cada dos meses y era gratuita.
La estética y el contenido resultaron exquisitos. Nos dábamos el lujo de pensar, producir y discutir con tiempo cada uno de sus trabajos. Recuerdo la entrevista de Tomás a Estela de Carlotto, titulada “Éramos otra generación de idiotas útiles”; o el reportaje al arqueólogo Rex Gonzalez, donde el investigador daba cuenta de su humanidad confesando que lo lastimaban las historias perdidas.
El núcleo duro de la revista era muy pequeño. Mirta Bonnin, la directora del Museo de Antropología por esos años, era nuestro respaldo institucional. Tomás estaba a cargo de la dirección editorial, Agustina Pais en la redacción y yo en la coordinación general. Aunque la revista ganó también calidad por los trabajos de valiosos colaboradores.
Recuerdo que en su editorial número cero, como una especie de contrato social del estilo de Rousseau, escribíamos:
“¿Por qué Culturαs? Porque la cultura, en su abarcadora dimensión, lo es todo, desde lo más simple y efímero, hasta los más profundo y perdurable. Siempre y cuando esté presente la huella humana. Todo cabrá en sus páginas. Todo. Algo que depende de nosotros y de usted, amigo lector.”
Ahora me doy cuenta que Culturαs tuvo trabajos de altísimo nivel. Fue incluso declarada de Interés Cultural por la Legislatura de Córdoba. En septiembre de 2004, cuando cumplió un año, la presentamos en la Feria del Libro Córdoba bajo una charla-debate que titulamos: “¿Quién decide qué se lee?”. Ese título hacía referencia directa al trabajo de tapa de aquel número, donde poníamos en jaque lo ruin que suelen ser las políticas del mercado editorial, en relación a los contenidos que circulan, o no, de manera masiva.
A lo largo de todo ese año, a la vez que la revista lograba una mayor demanda entre los amigos lectores, nosotros -sus creadores-, no resquebrajábamos por el lado económico. Culturαs no daba ganancias. Sólo reunía fondos para el pago del diseño, impresión y circulación. Pero no lograba reunir el dinero suficiente para remunerar el trabajo de sus periodistas.
El país tampoco daba demasiadas señales de cambio. (O al menos nosotros, por ese entonces, tampoco tuvimos la capacidad de verlas).
Después de muchos intentos. De buscarle por muchos lados la vuelta, en mi rol de coordinadora, reuní al pequeño grupo y les dije: «No me parece justo. Estamos entregando mucho más de lo que la revista nos devuelve. El esfuerzo es demasiado grande. No hemos sido capaces de generar ni siquiera un par de salarios dignos. Creo que Culturαs no va a poder salir más».
(Recuerdo que Lucía no cumplía aún sus dos primeros años y yo sentía la responsabilidad interna de priorizar nuestra economía doméstica).
Dentro de las paredes grises de la oficina céntrica dónde nos reuníamos, mis compañeros de Culturαs me escucharon desolados. Y creo que por el cariño y respeto que me profesaban, me devolvieron como respuesta un prolongado silencio.
Todos nos miramos. Y después de unos largos minutos, uno de los colaboradores dijo: “No lo pensemos así, pensemos mejor que a Culturαs la dejamos en suspenso”.
(…)
Han pasado quince años de aquella extraordinaria experiencia. Y aún siento que, de alguna u otra manera, Culturαs me mira o vive dentro de mí: “desde lo más simple y efímero, hasta los más profundo y perdurable”.
Satff de Culturαs: Publicación bimensual del Museo de Antropología de la UNC
Decana de FFy H: Dra. Carolina Scotto / Directora del Museo de Antropología de la UNC: Mirta Bonnin.
Coordinación Gral.: Irina Morán / Dirección Editorial: Tomás Barceló Cuesta.
Colaboradores: Carolina Scotto, Diego Tatián, Carlos Máximo Ferreyra, Carlos Gazzera, Mariano Saravia, Guillermo Rubén, Ludmila Da Silva Catela, Gustavo Sorá, Héctor Schmucler, Claudio Orosz, Mariana Caro, Luis Miguel Baronetto, Gabriel Vottero, Yamila Amado, Javier Astarda, Mariana Fabra, Gastón Caminotti, Rodrigo Darío Duch, Hernán Schiaffini, Valeria Lombardelli, Genoveva Claría, Beatriz Barbosa, Virginia Guevara, Graciela Tedesco, Mariano Saravia, entre otros.
Diseño gráfico: Natalia Monetti, Agustín Massanet y Pablo Galletti.
Año: 2003/2004.