Marzo de 2002. “Podrías hacer fotos de bodas ¿no?”, le dije una tarde de ánimos brumosos a Tomás Barceló. Recuerdo que solté aquella sugerencia como una alternativa práctica, sumergidos, como estábamos, en el ocaso de la crisis económica que por aquellos años había logrado resquebrajar cada rincón del país. Él me escrutó con su mirada…