Hay quienes regresan a un lugar en busca de revivir esa melancolía que reverbera dentro de un recuerdo. Y hay quienes sólo se desplazan y avanzan, ante el riesgo que supone la posibilidad de que irrumpa, que acontezca, lo inédito.
Allí, donde el tiempo se detiene y sólo se dispone para ser perdido, Río Manso cobija las aguas más cristalinas y turquesas que jamás había visto. Su origen y nacientes surgen al pie del cerro Tronador, ubicado en las fronteras imaginarias que dibuja la cordillera, entre Chile y Argentina.
Para llegar a los causes de este paraíso, se aconseja aquietar las ansiedades y disponerse a cruzar casi toda la Patagonia. Llegar a la provincia de Río Negro, viajar en auto por la ruta nacional 40 y recorrer unos 70 Km al sur de la ciudad de Bariloche, dentro de lo que se conoce como uno de los límites del Parque Nacional Nahuel Huapi.
En ese extenso territorio de aire fresco, no será tan sencillo grabar en nuestras retinas un paisaje de montañas y lagos – como los espejos naturales del propio Nahuel Huapi, el Gutiérrez o el Mascardi– que atesoran algunas de las reservas de agua dulce más puras y preciadas del mundo.
Al llegar a las costas del Manso, el corazón comienza a palpitar diferente. Sobre todo si es verano y la luz cenital levanta los contrastes de la gama de los verdes y azules nítidos por donde zigzaguea el río. El sonido del agua apenas recubre el silencio. De cara a ese nuevo horizonte, alojo mi fragilidad en ese muelle. Cierro los ojos y respiro. Levanto mis párpados y miro.
El riesgo es bello.