Tomás Barceló Cuesta

Marzo de 2002. “Podrías hacer fotos de bodas ¿no?”, le dije una tarde de ánimos brumosos a Tomás Barceló. Recuerdo que solté aquella sugerencia como una alternativa práctica, sumergidos, como estábamos, en el ocaso de la crisis económica que por aquellos años había logrado resquebrajar cada rincón del país. Él me escrutó con su mirada color aceituna. Se quedó en silencio por unos segundos y luego repitió con cierto desdén: “Fotos de bodas”. Supongo que sólo por el poderoso amor que mediaba entre nosotros, la sugerencia no le sonó como una degradación a su larga trayectoria como fotoperiodista.
Pasé por alto nuestras angustias económicas y a los pocos días retomé el tema con un espíritu más alegre y un tanto más filosófico: “¿Y por qué ese divorcio tan pronunciado entre los fotógrafos de bodas y los que se asumen como reporteros gráficos?”. “Qué te digo, chica”, sonrío a manera de prólogo. “A muchos fotorreporteros nos molesta un poco caer en los círculos de los colegas que hacen fotografías sociales. Sobre todo, porque allí, –pensamos– prima un criterio comercial que deja escaso margen para crear una obra”.
Tomás era un convencido de que el dinero por sí mismo funcionaba como un magnífico roedor de espíritus creativos. “En el caso específico de las bodas –añadió–, son pocos los fotógrafos que intentan escapar de los manidos lugares comunes. Del cliché de la fotografía sentimental, posada y romanticona. Supongo, –añadió– que ese estilo se deba al enorme peso que todavía arrastra la liturgia tradicional impuesta por la Iglesia católica: la novia y su vestido blanco. El cura, los anillos, el beso programado frente al altar. El auto cargado de moños. Además, –concluyó– existe luego una exigencia tácita de querer ver un registro de imágenes con cierto clima idílico de la celebración. Y tú sabes que yo no sirvo para todo eso. Naturalmente, hago foco en otras cosas”.

Yo disfrutaba de aquellas interminables charlas con Tomás. Me sentía con el privilegio de estar con un hombre que amaba su vocación y que con vocación llevaba adelante su vida. Finalmente, la crisis de 2001-2002 lo empujó al mismísimo Tomás Barceló a realizar fotos de todo tipo: de bodas, de eventos, de publicidades. Hasta recorría en bicicleta las diferentes escuelas de verano del barrio, haciendo retratos de niños. La crisis argentina lo llevó a romper con ciertos prejuicios, aunque jamás resignó la fotografía como un lenguaje amplio, capaz no sólo de mantenerlo ocupado, sino también de imprimirle un sentido digno y poético a su vida.

Natalia Roca

Marzo de 2012. Siento que tuvo que pasar toda una década hasta encontrarme con la obra de Natalia Roca. Estaba buscando la mirada  fotográfica de un profesional que pudiera abordar, con calidad, una campaña multimedia donde el foco se centrara en una docena de mujeres cordobesas, de reconocido prestigio o trayectoria.
La temática, una deuda que aún tiene nuestra democracia: el derecho a un aborto legal, seguro y gratuito. Descubrí entonces la autora de una obra que, con una exquisita sensibilidad, despliega su talento en el registro visual de bodas y también de partos humanizados. “Me interesa fotografiar personas, costumbres, ritos. La fotografía es mi lengua natural, mi manera de enredarme con el mundo, de acercarme. Fotografío para recordar, problematizar; escuchar mil voces y reconocer- me. En cada fotografía se va un poquito de mí”, me dijo más tarde. Y es cierto. La belleza de las fotografías de Natalia Roca, guardan una relación directa con la belleza que trasmite ella como persona. Se trata de una belleza rústica, citadina. De mirada firme. De contrastes fuertes, que reflejan o testimonian mucho más de lo que intimidan. Empezamos a trabajar juntas en el proyecto Derecho a Decidir.
Y así comencé a conocer algunos detalles de la trama de su vida. Le pregunté entonces cómo fueron sus primeros pasos en esto de aprender a mirar a través del lente de una máquina. “Me quedé sin trabajo el año 2003”, me cuenta. “Por aquel entonces, era empleada con relación de dependencia en un laboratorio fotográfico. Al salir de allí, me di cuenta que sólo tenía mi cámara y muchas ganas de trabajar sin horarios ni rutinas. Fue un largo proceso”, me aclara. “Me llevó mucho tiempo descubrirme. Sobre todo, lograr sentirme identificada con la fotografía que estaba haciendo”. En ese recorrido, Natalia Roca también es la pareja de Juan, la madre de tres niños y tuvo la virtud, no sólo de encontrar un estilo propio dentro de su oficio, sino la entereza y valentía de defender sus puntos de vista frente a patrones dogmáticos de su propia familia. Su estilo, cercano a la perspectiva del ensayo fotográfico y documental, busca trasmitir, en cuidados primeros planos, las emociones de las personas que aborda. En cada trabajo, existe una mirada cercana, un encuentro cálido con una historia familiar. Una mezcla de melancolía sutil, traducida en instantáneas con tonos de película algo forzadas y, por lo general, en blanco y negro. En cada registro, predomina una textura «desprolija» del grano, la foto intencionalmente movida, la utilización del fuera de campo como recurso válido. Y una mirada estética vinculada a nociones éticas y sociales del fotoperiodismo.
Natalia admite que su obra lleva la influencia positiva de Marcelo Augelli: fotógrafo argentino que hoy reside en Barcelona. “Me impresionó la estética radical y fotoperiodística que plantea en las fotografías de casamientos. Eso me motivó a reparar también en la obra de documentalistas clásicos como Richards o Dorothea Lange. Ahora mismo, estoy cautivada con la obra de Josef Koudelka por recomendación de una gran maestra, Andrea Chame, quien fuese también profesora de Marcelo Augelli”.
Cercana al trabajo de Natalia Roca, no puedo evitar recordar con nitidez mis largas conversaciones con Tomás. Le pregunto entonces cómo se captura la esencia de las bodas, sin caer en manidos estereotipos. “En este sentido –me dice–, hago un esfuerzo enorme por reinventarme a diario. Trato de evitar los estereotipos. Observo mucho el material. También la obra de fotógrafos que funcionan en mí como fuente de inspiración por fuera y dentro de la fotografía de bodas. Considero cada celebración como un hecho único. Cada familia con sus particularidades, sus contradicciones. Registro sin añadidos externos (lugares comunes), sin recetas que en otros contextos tal vez funcionan, pero que yo las evito. Busco encontrar y contar esa historia. Observar detrás del lente y desentrañarlas”. Dentro de su paradigma, el estilo de Natalia Roca tiene mucho que ver con la obra conceptual y fotográfica del maestro francés Henri Cartier Bresson. “Sin dudarlo me siento más cómoda en la instantánea, el momento que me busca, que se aparece, el movimiento… la vida en acción”.

Nota publicada en edición Nro. 26 de Deodoro, gaceta de crítica y cultura. Diciembre 2012.


Natalia Roca: fotógrafa documental de bodas y nacimientos. Tiene 37 años, es cordobesa. Trabaja con una Nikon D700. Interviene muy poco sus fotografías. Cuando el color se torna un elemento de distracción, trabaja con el blanco y negro. Reforzar el contenido es su objetivo.

www.nataliaroca.com
Facebook/NataliaRocaFotografa

One Comment

SilvioEn fin, el mar... | En fin, el mar... reply
noviembre 24, 2014 11:59 pm

[…] entrevistarlo, tanto en Argentina como en Cuba. La última vez que lo vi fue en La Habana, junto a Natalia Roca, Alejandro Ernesto, Andrea y Herminia Rodríguez, el 2 de febrero de 2014. Específicamente en la […]

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