La casa entera
en treinta y dos canastos.
Ya no sé qué hay en cada uno.
En cambio, estos objetos
saben quién soy, lo que tengo
y lo que dejé ir.
Contemplo el laberinto
de cosas familiares:
los espejos que cada día
vieron pasar un rostro
que ya no era el mismo,
los libros que cada noche
precedieron al sueño,
los utensilios de cocina
tan poco usados,
la ropa, los muebles,
los juguetes…
Ahora que al fin
terminé de embalar,
pienso que podría dejar todo,
llevarme solamente
esta quietud,
el silencio de las manos
otro orden en los ojos.

 

Alfonsina Clariá

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