– Ira ¿Te enteraste? En un par de días Fito Páez llega a La Habana,
dijo Herminia Rodriguez con esa infalible capacidad de alegrarme el día.
– ¿De verdad?, respondí con una sonrisa de oreja a oreja. ¿Vos creés que podríamos hacer esa nota juntas?
– Claro, chica. Lo arreglemos con Ariel y vamos.

Corría el mes de junio del año 2000  y en La Habana se sentía un calor de purgatorio. Yo había llegado hacía apenas tres meses a la isla, para vivir con Tomás la historia más romántica que me regaló la vida. Los dos pasábamos nuestros días, entre caminatas y fotos analógicas en el malecón, conversaciones eternas en la redacción de Bohemia y fines de semana con escapadas en moto hacia las playas del Este, para disfrutar de nuestros cuerpos, entre la arena fina y el mar. Sumergidos en una cotidianeidad que sólo le hacía honor al nombre de la revista más centenaria de Cuba.

Tomás no pasó por alto la alegría exultante que me provocó la idea de poder disfrutar de esa bocanada fresca de argentinidad que significaba la llegada de Fito en La Habana. Pero sobre todo, de tener la posibilidad de conocer personalmente al mismísimo Páez, en tierras del danzón, la nueva trova, el mambo o la rumba. Autor de la banda sonora de mi adolescencia, su disco, El amor después del amor había sido parte de mis últimos años de la secundaria y los primeros de la facultad. Pero a su vez, era el disco que más me había cautivado, tanto por la belleza visceral de sus letras, como por la sonoridad rítmica de ese abanico de canciones legendarias que supo reunir a lo mejor de las figuras del rock y la música popular de la Argentina, en los años ´90.

– Oye Nené, ven acá, dijo Tomás con algo de picardía, al sentir que su figura de hombre hetero se veía un tanto eclipsada. ¿Acaso Fito Páez no es maricón?
¿¡Maricón!? Respondí sintiéndome no sólo la primera defensora de Páez, sino toda una experta en la vida sexual del músico rosarino. ¿A vos te parece que puede ser maricón el hombre que ha conquistado el corazón de las mujeres más lindas de Argentina? Nada menos que a Fabi Cantilo y después a Cecilia Roth ¡¿De dónde sacaste esa idea Tomás?!
No chica, tienes razón. Dijo de inmediato, al darse cuenta que había patinado con un comentario de sesgo machista. Para reivindicarse, después de algunas risas, sólo atinó a confesar que a él también le gustaba mucho Fito. Y en un intento por recuperar el centro de la escena, añadió:
¿Tú sabes que yo retraté a Fito, en sus primeros recitales en Cuba?
¿De verdad? Respondí en un tono más suave, dejándolo brillar en su rol de novio y narrador exquisito, que tanto disfrutaba.  
Sí, recuerdo que Fito causó sensación en los Festivales de Varadero, a fines de los 80. Tenía el pelo largo y estaba muy, muy flaco. Se movía por todo el escenario de manera particular, con sus brazos extendidos y una actitud bien irreverente. Pero creo que los cubanos amamos a Fito porque desde aquellos años, hasta ahora, nunca dejó de visitarnos.

Ciertamente, la primera vez que Fito viajó a Cuba fue en abril de 1987, cuando participó del Sexto Festival de Música Popular de Varadero. Por aquellos años, Fito se ganó el corazón del público cubano y a su vez, la calidez de ese cariño popular logró atemperar un poco la tristeza que atravesaba el músico, tras sufrir la tragedia que padeció su familia en 1986. Un femicidio múltiple que terminó con la vida de su abuela Delma Zulema Ramírez de Páez y su tía abuela Josefa Páez. También asesinaron a Fermina Godoy, la empleada doméstica que estaba embarazada, viviendo con ellas en la casa de la infancia de Fito, en la ciudad de Rosario.

Aunque Fito terminó de conquistar el amor del pueblo de la isla cuando en 1993, pleno periodo especial, regresó a La Habana para brindar un recital gratuito, nada menos que en la Plaza de la Revolución. Allí, frente a una marea de más de cien mil personas, además de presentar las flamantes canciones del Amor después del amor, Páez compartió el escenario con sus pares Silvio Rodríguez y Luis Eduardo Aute. Una noche memorable, donde el rosarino volvió a ofrecer su corazón en un recital sin precedentes que quedó grabado como histórico en la memoria de toda Cuba.

Mientras con Tomás girábamos en la nostalgia y el frenesí de aquellos años, era Herminia Rodríguez quien se encargaba de apalabrar al jefe de redacción de Bohemia para conseguir las acreditaciones y autorizar a un fotógrafo, que nos acompañe en la rueda de prensa.

Pero cómo, pegunté algo inquieta cuando me sumé a la reunión. ¿Acaso Tomás no va con nosotras?
Esto es un trabajo Irina. No tienen por qué hacer todo juntos. Respondió el jefe en cuestión, mientras Herminia me miraba con esos ojos color cielo, dándome a entender que ni se me ocurra cuestionar una decisión que, además, ya estaba tomada.

Debo confesar que mi felicidad por conocer a Fito era tan grande, que ningún protocolo jerárquico logró opacar aquel entusiasmo veinteañero, al ejercer el oficio novato de una periodista extranjera en la isla. Con el rostro encabronado de Tomás ya era suficiente. Además, sentí que por fin, siendo argentina, tenía la oportunidad para destacar con algunas preguntas precisas, durante la conferencia que brindaría el músico de Rosario.

Fito Páez llegó el 14 de junio del 2000 a La Habana, – el día del natalicio del Che Guevara–, para grabar el bolero «Juramento», del músico cubano Miguel Matamoros. Un trabajo que formaría parte del parte del proyecto «Música Solidaria». La idea, propuesta por la Escuela Municipal de Música de la localidad barcelonesa del Mollet del Vallés, incluía la edición de un CD, con el objetivo de recaudar dinero para comprar equipos e instrumentos para las escuelas de música cubanas. Un álbum ambicioso que contemplaba a su vez, la participación de artistas españoles como Joan Manuel Serrat, Ketama, Ismael Serrano, Víctor Manuel y los cubanos Pablo Milanés, Santiago Feliú, Polito Ibáñez y Habana Ensamble, entre otros.

En los umbrales del siglo veintiuno, Fito Páez ya era un artista consagrado a nivel internacional. El amor después del amor, publicado en 1992, se transformó en el disco más vendido de la historia del rock nacional, tras superar el millón de copias en los años posteriores a su lanzamiento. No conforme con eso, en 1994, Fito sacó Circo Beat. En 1996, Euforia. Y en 1999 Abre, donde incluye el tema “Habana”, cuya letra es conmovedora.

Con esa sólida trayectoria, su primer hijo Martin y el amor de una actriz de pantalla mundial, como Cecilia Roth, Fito Páez regresaba otra vez a La Habana, para renovar los lazos solidarios y alimentar cierto romance incondicional que mantenía con la isla. Recuerdo haberme preparado bastante para esa conferencia. Pero quizás, su vínculo con Cuba, dentro de esos gestos tan propios de la personalidad de Fito, era lo que más me motivaba preguntarle.

Llegamos con Herminia y el fotógrafo de Bohemia –que no era Tomás–, al Hall Central de un Hotel de La Habana Vieja. Había más de una docena de colegas, entre medios cubanos y agencias de noticias internacionales. Fito entró de buen humor a la sala, dispuesto a responder todo tipo de preguntas. Calzaba unas gafas oscuras y su melena ya no era tan larga. Recuerdo que por la cercanía de la fecha,el natalicio de Che–, Páez se explayó en principio sobre la figura icónica del Ernesto “Che” Guevara.

– «Es triste, pero hay que pensar a (Ernesto) Guevara como un póster. El Che no es un cartel para mí porque lo he tenido muy cerca. Conozco su historia. Me sigue interesando como hombre lúcido y como hombre loco y disparatado»,  dijo. «El Che hoy ya está incorporado a las marcas de ropa. Él no tiene la culpa, pero es un ejemplo interesante de cómo el mundo se apropia de las cosas. Una figura tan valiente, lúcida y tan disparatada y auténtica, incorporada a una camiseta», dijo al hablar de su par rosarino en tierras cubanas.

En ese momento, se hizo un breve silencio entre los colegas, que aproveché para dar un paso hacia adelante, levantar la mano y robarme por unos segundos la atención de Fito.
–Sí,
dijo acompañando la afirmación con la mirada.
–Quería preguntarte Fito, después de tantos años de venir a Cuba, ¿Qué significa para vos regresar a la isla y volver a tocar en La Habana?
Sin terminar de pronunciar la pregunta, veo que Fito comienza a sonreír al reconocer una musicalidad cercana en mi tonada. Al terminar mi inquietud y en tono de complicidad, dijo.
–Lo que sería interesante saber es ¿qué hace una cordobesa como vos en La Habana?

Las risas entre mis colegas no tardaron en hacerse escuchar. Yo quede tiesa y sonrojada, como si Fito fuese un amigo íntimo, capaz de detectar cualquier historia de amor circundante. Por supuesto que después respondió de manera generosa y días más tarde con Herminia, terminamos de publicar nuestro primer reportaje juntas. Tres páginas completas en la Revista Bohemia, donde hablamos de la trayectoria de Fito, su vínculo con La Habana y decidimos omitir todo este detrás de escena.

Hoy, después de conmoverme hasta las lágrimas con la serie «El amor despues del amor» de Netflix en compañía de mi hija y cultivar una amistad entrañable con Herminia Rodriguez, atesoro este recuerdo brillante sobre el mic en una mano. 

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