Casi todos los días, suelo llegar a la oficina con los minutos contados. Abro la puerta como quien llega a su casa y por lo general Pablo ya está en su lugar de trabajo. Primero, me saluda con la mirada y luego expresa un hola de manera pausada, dándome a entender que si bien tenemos mucho por hacer, nos arreglaremos para sacarlo adelante.  Enciendo la compu y dejo mi bolso colgado sobre el respaldo de mi silla.cafe
– Pablo, necesito un café ¿querés uno?
– No, está bien, andá tranquila, me responde seguro.
Con la taza de la facu en mis manos, salgo de la oficina y subo prácticamente corriendo la escalera ancha que comunica y engalana el interior del Pabellón Residencial. En el primer piso, el aroma a café ya se suele percibir desde el pasillo estrecho que conduce a la cocina. Allí, una vieja cafetera eléctrica blanca mantiene la temperatura justa de la bebida favorita de quienes nos dedicamos a trabajar con las palabras.
Me sirvo una taza semi completa y mientras lo endulzo, mi mirada se pierde en el rectángulo vertical de la única ventana desde donde se divisan los amplios límites de Ciudad Universitaria.  Pero el sabor a café me traslada en forma inmediata al año 2000 en La Habana, cuando con Tomás llegábamos juntos a la redacción de Bohemia.
(…)
¿Cómo tú andás, Tomasito? Se te ve contento por estos días….
Tomás sonríe de manera cómplice y saluda con un abrazo cálido a Romelia, la mulata de unos 60 años que nos recibe con café humeante en el hall central de la revista.
Mira Irina, –me dice Tomás con un brazo tendido por sobre el hombro de aquella mulata–, no existe en toda La Habana quien prepare un café tan rico como esta mujer.
Tras esa noble presentación, lo veo saborear con placer cotidiano su primer buche de café matinal y mientras le pregunta a Romelia por su familia, ambos se pierden en una conversación breve, de tonos fraternos.
Yo observo esa imagen con algo de distancia, mientras la intensidad del café cubano, me hace vibrar cada una de mis células.
Ven conmigo– me dice Tomás, tras finalizar su diálogo con Romelia.
Enlaza de manera segura mi mano izquierda y ambos subimos prácticamente corriendo la escalera ancha que comunica y engalana el interior de la revista Bohemia.
¿Qué hace Romelia en la revista?, le preguntó con algo de asombro e ingenuidad.
Él me devuelve una mirada prolongada que acompaña con un oportuno silencio.
(…)
En ese momento, Tomás advierte que yo llegaba a su ciudad con las secuelas propias de haber vivido en la Argentina de los noventa: una década infame, donde el neoliberalismo se ocupaba a diario de despreciar la dignidad y el espíritu de cada persona. Donde el trabajo era sinónimo de eficiencia y lo que por derecho debía ser una inversión, con impunidad se denominaba gasto. En ese momento me resultaba algo complejo comprender, de manera integral, a una sociedad como la cubana sostenida sobre la base de otras lógicas.
(…)
Romelia –me respondió con un amor infinito– es la primera mujer que llega a la redacción…, y con su sonrisa generosa se ocupa de recibirnos, a todos, con un café.

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